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Kia, la pequeña niña buda y su aleteo de colibrí azul.

Aeternitas ad infinitum

Las doce llaves de la prosperidad en medio de la adversidad.

Fuyu
(Invierno)

Aparte 6-1

Cuando mi nana Valentina

se convirtió en mi hada de la prosperidad y me salvó del corpus de la ira.

Un guerrero es un cazador inmaculado que anda a caza de poder;

no está borracho, ni loco, y no tiene tiempo para fanfarronear,

ni para mentirse a sí mismo, ni para equivocarse en la jugada.

 

La apuesta es demasiado alta.

Lo que pone en la mesa es su vida dura y ordenada,

 que tanto tiempo le llevó perfeccionar.

No va a desperdiciar todo eso por un estúpido error de cálculo,

 o por tomar una cosa por lo que no es.

Castaneda, Carlos., [2001].Viaje a Ixtlán. Fondo de Cultura económico ed. P.136.

Desesperada por salvarme de las formas agresivas, arrogantes y soberbias que manejaba mi padre hacia las personas, que para él, supuestamente no estaban “a su nivel”.

 

Mi madre decidió enviarme a compartir y vivir durante varios años, desde mis seis (6) hasta mis diez (10) años, cada fin de semana, a la casa de la mujer que se hizo cargo de mi crianza y lavaba nuestra ropa:

Mí amada Valentina, su esposo Casimiro y sus (4) cuatro hijos.

 

Ellos con su amor y dulzura hicieron que olvidara las comodidades de mi casa, pero también la amargura y el sufrimiento con los que comía cada día.

 

Ellos me enseñaron a vivir con la pobreza y aprender de ella.

 

Pedro, Mirta, Delfi y Diana, los hijos de mi nana, me enseñaron a disfrutar de los pisos de tierra y el barro, de las casas con techos de zinc, y de las paredes hechas de tablas de madera.

Mis hermanos escogidos en la adversidad, me enseñaron a volverme una guerrera.

 

Con su ejemplo me mostraron cómo tener poder, mientras aprendía a soñar con nuevas realidades, a medida que transformaba en un bien el “aparente mal” que estaba experimentando.

 

Los hijos de mi nana, negritos como la noche y el mayor de ellos, trigueño y de cabellos rubios, eran mis nuevos hermanos.

Fui una hija adoptada. En ese sentido única. Ya que mis hermanos adoptivos me rechazaban y recordaban diariamente a través de los vecinos, quienes también me rechazaban, que era "una niña bastarda, una recogida", aún cuando en mi infancia desconocía que significaban esas palabras y que se entendía por ser una niña adoptada.

Me enteré sobre mi origen a mis (15) quince años de edad y lejos de mi casa y de mis padres.

Nunca tuve algo similar en mi vida a lo que otros conocen como la hermandad.

Lo cual es curioso, ya que mi apellido biológico ancestral Bo, en alemán significa: “la hermandad, el hogar o la comunidad”.

Ellos, los hijos de mi nana, me enseñaban a divertirme a orillas de las líneas del ferrocarril a las afueras de la ciudad.

Allí hacíamos acrobacias y malabares sobre la tubería que vertía desechos tóxicos de la refinería de Ecopetrol en una pequeña laguna de agua, y cerca de un bosque de árboles frutales, palmeras y platanales.

Todo ello ubicado al lado de la casa de madera y zinc de mí nana Valentina.

Pedro me enseñó a jugar con los peces en los riachuelos, mientras hablábamos de la llorona en el río, y de los hijos perdidos que buscaba ésta mítica madre de manera infatigable.

Al caer el ocaso jugábamos con el fuego encendido de las velas, mientras Valentina nos contaba historias de misterio y terror sobre fantasmas y su tierra natal, Tamalameque.

Todo ello ocurría minutos antes de ir a las hamacas que había dispuesto mi nana en su sala, adecuada como habitación para todos.

Creo que esa noche fue la primera experiencia que tuve con mi don de modificar la realidad a través de los sueños.

Ya que al terminar de contar la historia de “la llorona”, Valentina me dejó estupefacta de miedo, y aunque dormíamos juntos Pedro, Mirta, Delfi y Diana.

 

Mi corazón acelerado, no hacía más que hablar ininterrumpidamente e impedir que conciliara el sueño.

Bajo esa tensión creada por las historias de mí “Vale” -como le decía-, comenzaba a orar para deshacer el miedo.

Cuando lograba dormitar e ingresar lentamente al mundo de los sueños, aparecían ante mí, los seres terroríficos que ella había narrado tan vívidamente en sus historias.

Pero en vez de huir despavorida del susto, mi naturaleza se transmutaba en la imagen de una antigua, poderosa y mágica guerrera.

Una mujer fuerte, intimidante y muy valiente que no le tenía miedo a nada.

Aunque en el mundo real era una niña solitaria, autista, silenciosa, tímida y le tenía miedo a casi todo.

Así que en esa realidad onírica, con frecuencia me enfrentaba a estos fantasmas que me atormentaban en la noche.

En mis sueños les insultaba, espantaba, o en su defecto, les mataba.

De este modo, me daba cuenta que podía convertirme, como lo afirma don Juan mattus, el indígena que acompañó a Carlos Castaneda en el descubrimiento de su potencial espiritual, “en un ser que cazaba poder”.

No sabía cómo procesarlo, pero noche a noche, cuando aparecían seres de esa dimensión oscura, bien fuesen parte de una historia infantil, mi imaginación activa, o del mundo suprasensible, podía enfrentarles, luchar, hablar con ellos y vencerles continuamente.

 

Por eso sé, que en la casa de mi nana comenzó mi camino como una guerrera samurai. 

Mi nana Vale tenía por costumbre llevarnos a la iglesia evangélica todos los domingos.

Mamá sabía que este acercamiento al Dios de pura luz y amor en la infancia, era vital y fundamental para sembrar en mi corazón la semilla del amor, la fe y la compasión, a través de los medios religiosos tradicionales.

Realmente a mi madre no le importaba mucho si me llevaban a una iglesia evangélica, católica, pentecostal, cuadrangular, carismática, trinitaria, testigo de jehová, mormona, musulmana, adventista, taoísta o de otro dogma religioso.

A ella lo que le interesaba era que pudiese tener ese acercamiento a las lecciones del amor, la compasión, la generosidad y el perdón hacia los demás.

Claro está, que estas lecciones no hubiesen podido quedar selladas con fuego en mi alma, si no hubiese visto en los actos y gestos, tanto de Valentina como de mi madre, que el amor en ellas, no era sólo un discurso, sino una acción continua y voluntaria hacia los demás.

Mirta, Delfi y Diana, la hijita más pequeña de Valentina eran gentiles, nobles y amorosas conmigo.

Mi mayor placer era compartir mi tiempo y juegos junto a ellas, así como junto a sus primas y primos.

Entre nosotras había una gran solidaridad, hermandad y dulzura.

Pero era con Pedro, con quien había una profunda camaradería y amistad particular.

Cuando estaba con él, simplemente me transformaba en un niño, y podíamos comunicarnos telepáticamente con tal fluidez, que no necesitábamos hablar, ya que nuestras mentes se encontraban conectadas.

Él era alguien muy inteligente, ágil, sagaz, y juguetón. Siempre era divertido estar juntos.

(14) Catorce años después, el suelo subió hacia el rostro de Pedro a través de una escalera que tropezó con objetos tirados sobre la tierra, mientras ésta le obligaba a dormir.

Su muerte la sentí con dolor y tristeza a mis veintidós (22) años, en la lejanía de las montañas de Tierradentro en el Cauca.

Un ser de luz, se había ido de este mundo para nunca más volver.

A lo largo de esos días y noches plagados de juegos y malabares. Divertimentos que tuve la oportunidad de compartir junto “a mis únicos y verdaderos hermanos, adoptados por las circunstancias”, pude apreciar cómo era la vida en la humildad.

Casimiro, el esposo de Valentina, era un magnífico artesano. Él recogía manglares a las orillas del río magdalena y de la ciénaga Sna Silvestre.

En el mundo práctico era un pescador, pero su mente creativa y divertida lo hacía diseñar y esculpir diversas tallas sobre madera.

Él diseñaba esculturas que podían ser sillas con formas de animales y seres extraños e inexistentes sobre este planeta.

 

Su tiempo libre como pescador, lo ocupaba creando nuevas formas con los manglares que recogía.

De esos objetos hermosos y preciosos, sólo me queda una silla con forma de pez, rostro de niño y cuerpo alargado de lagartija.

Ahora, que puedo ver con los ojos del espíritu, es innegable intuir que las figuras que él materializaba en sus tallas de madera, eran las formas primigenias de las almas de los seres humanos y no humanos, que él, al igual que ahora yo, podía ver y expresar mediante su arte.

Gracias a Casimiro comíamos (Bocachico o bagre frito) dos clases de pescados endémicos del río Magdalena, pues él pescaba con su atarraya cada madrugada de tres (3 AM) a seis (6 AM) a orillas de la ciénaga de San Silvestre.

 

Él traía la comida a casa diariamente, cada mañana, hacia las siete (7 AM).

Este alimento lo acompañábamos con patacones (que son plátanos verdes fritos) o bollo limpio (que es una especie de masa de harina blanca, blanda, sin sabor), y suero (leche cortada a base de limón y sal). ¡Era mi comida preferida!

La sencillez y la manera en que vivía Casimiro la vida era inspiradora.

Había tanta bondad, creatividad, alegría, diversión y amor por mi Valentina y sus hijos, así como tanta luz en él, que no dejaba de generarme admiración, alegría por la vida y un gran respeto.

Al momento de su muerte, casi treinta (30) años después, pude apreciar con mi mente clarividente que él era un ser de otro mundo.

Su luz era tan amarilla e incandescente, que al momento de partir de este plano, quise prolongarle la vida y logré retenerle un tiempo más, a través de la meditación.

Todavía me encontraba en Barrancabermeja en el año 2011 y mis dones habían regresado a mí, con la fuerza de un volcán en erupción.

 

Ya había logrado salvar la vida de algunos de mis gatos y animales domésticos con este descubrimiento proveniente del plano sutil.

Pero nunca lo había probado en un ser humano, hasta el momento en que Casimiro fue visitado por el ángel de la muerte. 

 

Allí, al hallarme sola en mi habitación, y sintiendo el dolor y la tristeza de mi nana y sus hijas, pude llenarle de una especie de luz banca y brillante, que en realidad tenía la apariencia de un líquido blanco, viscoso, y con la textura del estuco.

Este líquido espeso y dúctil que se aplica a las paredes en las construcciones arquitectónicas, para darle uniformidad a las superficies es mi forma análoga de describir con algo similar de este mundo material, éste líquido blanco perteneciente al mundo sutil.

Decidí llamarle liquor lumen almus, cándidus et fulgens dé fluo et restitútum salus, frase de origen latino que significa:

 

“agua de luz fecunda, blanca y brillante que fluye de arriba y regenera la salud”.

Este liquor lumen almus (agua de luz fecunda) posee la cualidad de regenerar los órganos, huesos y tejidos de cualquier parte del cuerpo humano, y regresarle la salud a la persona, que física y materialmente, padezca alguna dolencia o enfermedad.

Este proceso se da en el plano sutil, y luego se materializa a nivel físico y material en la salud de la persona.

Aquel día tardé cerca de (1) una hora en regenerarle y sanarle.

 

En ese momento en que me encontraba vertiendo el líquor lumen almus sobre el cuerpo emocional y astral de Casimiro, aparecieron ante mí, y en la misma meditación, otros (4) cuatro o (5) cinco seres de igual resplandor luminoso, color amarillo y similaridad corpórea humanoide y exoterritorial a la que veía en él.

Ellos al percatarse que le estaba sanando, me permitieron continuar con la sanación.

Luego de ello, comenzaron a comunicarse telepáticamente conmigo.

 

Al hablarle a mi mente sin palabras, y sólo mediante la vibración de sus pensamientos, no tardaron en manifestar lo conmovidos que se encontraban conmigo por lo que hacía por Casimiro en ese instante.

Su agradecimiento y gentileza fue manifestado, al llenar mi cuerpo físico también de su luz incandescente en ese plano sutil.

 

Allí me dijeron que el bello gesto que había tenido hacia él, sólo le prolongaría la vida un breve lapso de tiempo.

 

Puesto que él ya había terminado la tarea que le había sido encomendada, al aprender sobre cómo vivían y sentían los seres humanos.

 

Su tiempo había terminado aquí en la tierra y debía partir de regreso al planeta de donde ellos provenían.

Estos seres inofensivos, amorosos, pacíficos y muy luminosos, con el color del sol, eran una especie de exploradores de las emociones humanas.

Al igual que yo, buscaban comprender cómo operaban las emociones en los cuerpos físicos humanos y en sus almas cósmicas.

 

Ellos deseaban comprender cómo estas emociones les permitían a los seres humanos, y también a ellos en su naturaleza celeste, aprender, crecer, y evolucionar hacia una mejor versión de sí mismos.

Mi corazón se entristeció al ver que Casimiro no duraría mucho tiempo entre nosotros.

 

Sin embargo, me sentí agradecida al ver cómo ellos me hablaban con tanta naturalidad, incluyendo a Casimiro, quien se mostró ante mí, en su apariencia primigenia, al salir de su cuerpo físico humano, y convertirse en este cuerpo luminoso incandescente y de apariencia humanoide.

Mi corazón también se emocionó al llenarse de una pletórica alegría.

Pues era la primera vez en que veía y se me aparecían seres no humanos, viviendo en cuerpos humanos, en medio de nosotros.

 

Lo que menos imaginé fue que los iba a encontrar en Barrancabermeja, una pequeña población en Santander del Sur- Colombia, en una tierra roja como el cinabrio, plagada de hormigas rojas culonas, platanales, iguanas, tortugas, peces bocachico y lagartijas.

Casimiro en su cuerpo luminoso hiperamarillo se dirigió telepáticamente hacia mí.

 

Me encomendó que ayudase a sus hijas, a quienes él no quería dejar solas y desamparadas.

Le prometí en ese instante que lo haría. No obstante, las circunstancias que he tenido que sortear hasta el día de hoy, sólo nos han alejado aún más de esa promesa que hice años atrás.

 

Espero en algún momento, no muy lejano, luego de la publicación de este libro, poder cumplirle esa promesa a mi bello Casimiro.

Casimiro murió dos meses después de lo que acabo de narrar aquí. Mi nana Valentina y su familia padecieron un dolor mayor al verle partir.

 

Y aunque mi dolor por su partida fue genuino y silencioso.

Lo único que llega a mí mente, al recordar lo que aprendí en mí infancia junto a mi nana Vale, sus hijos y Casimiro, fue el hecho irreductible de no poder dejar de agradecer que fueron ellos quienes me enseñaron que la pobreza debía convertirse en mi aliada, en mi amiga de a pie.

Ellos con su amor ilimitado me enseñaron que no debía temerle a la necesidad, pues en medio de la escasez, lo que debía primar en mi corazón y mente era la alta creatividad, la alegría, el juego y la dulzura.

 

Era importante que comprendiera que había que evitar a toda costa, el dejar entrar a mi corazón el amor al dinero, la avaricia o la ambición desmedida.

 

Ya que con ello podría entender que la pobreza sólo era un estado transitorio de la vida, una prueba y nada más.

 

Ese instante en mi infancia es uno muy preciado, ya que éste me fue dado para agradecer al cielo la oportunidad que me dio de probar mi temple, mi carácter, y de este modo sacar a la luz mi verdadero tesoro.

 

Todos y cada uno de nuestros dones luminosos pueden ser explorados y desarrollados mediante la creatividad y la alta imaginación.

 

Son estos dones y talentos los que nos elevarán hasta las estrellas, generando prosperidad y riqueza material a donde quiera que vayamos.

Al regresar a casa de mis padres y veintidós años después con los indígenas paeces en el Cauca.

 

Entendí, que ese instante de mi vida, había sido mi ingreso al mundus imaginalis, lugar donde habita el poder espiritual del Dios de pura luz.

 

Allí se dio mi iniciación en el proceso de aprender a juntar poder como una guerrera, tras duras penalidades que luego experimenté.

 

Gracias a esta experiencia que me otorgó mi madre, al lado de mi nana “Vale” aprendí a humillar mi espíritu con la gente humilde.

 

Encontré perlas preciosas donde otros sólo vieron basura.

 

Logré valorar las actividades ejercidas por la gente en condiciones socioeconómicas desfavorables.

 

Comprendí la importancia del acto de ser humilde de corazón y servir a los demás.

 

Dimensioné mediante cada momento, que nuestro tránsito hacia el mundo del amor requiere de humildad.

 

Con ellos, los hijos de mi dulce nana Valentina, entendí que el más grande entre los grandes, no es el que se encumbra, sino el que aprende a servir con amor, ternura y sencillez de corazón y espíritu a los demás.

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