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Kia, la pequeña niña Buda
y
su aleteo de colibrí azul.

Aeternitas ad infinitum
Las doce llaves de la prosper
idad en medio de la adversidad.

MOMIJIGARI

(CAZA DE HOJAS ROJAS)

Aparte 5-1

Los hijos de mi nana Valentina: Pedro, Mirta, Delfi y Diana, así como Liliana y Vladimir Sanabria Mulford.

(2) Dos hermanos de ascendencia norteamericana que vivían a la vuelta de mi casa, compartieron con alegría, amor y timidez pausada, los actos de caminar y jugar junto a mi en el absoluto silencio durante mi tierna infancia, de los (5) cinco a los (12) doce años.

Aunque mi naturaleza autista me caracterizaba por jugar en el silencio, sola y aislada de los demás durante horas, días, semanas, meses y años consecutivos. Sólo estos amigos que refiero podían tolerar mi silencio voraz.

Ese placer secreto que desarrollé desde muy niña por la soledad y el compartir con mis animales hizo que apreciara y escuchara durante horas ciclofrénicas el sonido del viento, el silencio, así como el comportamiento y los gestos tanto de los animales como de las personas.

Inicialmente el acto de guardar silencio, lo hacía como un juego enigmático.

Adquirí la costumbre de escuchar y observar el movimiento de los árboles, las plantas, el agua, el viento, el fuego, los gatos, los perros, los conejos, las gallinas, el cerdito bebé, los patos, los peces, las palomas, y los pájaros que se encontraban esparcidos por el largo corredor de mi casa.

Esta conexión con lo natural se prolongaba hasta el patio donde se encontraban los platanales, las plantas aromáticas y el árbol de guayaba que daba su fruto dulce continuamente.

 

A ellos también los escuchaba cuando decidían hacer que crujieran las hojas, sus ramas y troncos en el rojo otoño.

Entendí, a medida que aprendía a observar atentamente el vacío de la nada, que todo preservaba gran cantidad de energía, tenía vida y cada objeto o ser sobre este plano material tenía su forma particular de comunicar información.

Cada uno de los elementales y los animales  eran una extensión y una parte de mí misma.

 

De ahí se desarrolló mi amor profundo por los animales, la naturaleza y la hipersensibilidad que me permite escuchar, tanto los pensamientos de las personas, como las voces interiores de los animales, los árboles, el viento, el fuego, la tierra, el éter, las piedras y cualquier ser vivo a mi alrededor o lejos de mi.

 

Mis amigos e hijos del alma los animales, que para mí son seres sobrenaturales y maravillosos; han sido los hermanos, los hijos e hijas que nunca tuve y con quienes interactúo telepáticamente a diario.

 

Ellos siempre han comprendido mejor que yo, lo que veía en esos otros mundos.

 

Gracias a mis hermanos e hijos ancestrales, desarrollé el don del silencio, así como la apreciación y valoración de la soledad.

 

No obstante, el aprendizaje para lograr compartir mi voz con los demás, y abandonar paulatinamente mi autismo, fue un proceso que tardó años en madurar dentro de mi.

Durante mi infancia y adolescencia me había acostumbrado tanto a estar en silencio que, por lo general me parecía innecesario hablar o dirigirme a terceros para pedir cualquier favor, o cuestión que necesitase.

Incluso me parecía innecesario expresar mis pensamientos e ideas propias ante otros.

 

Creo que me convertí en una niña que veía con claridad cuán valioso era conservar la propia energía interior. Razón por la cual evitaba desperdiciarla y dilapidar mi energía en emociones oscuras.

Pero siempre he tenido esta manía desde que era una niña:

No tolero los gritos, ni tampoco a las personas violentas y abusivas.

Al enfrentarme a personas con estas características me tapaba los oídos, me alejaba, me aislaba aún más de la escena donde se diera dicha situación, y me escondía siempre a orar junto a mi madre, con el fin de calmar o aplacar lo que ella llamaba:

“las fieras que habitan entre los vientos”.

Este comportamiento de buscar a Dios para impedir que las fieras que poseían a las personas y las volvía violentas, me hizo encontrar desde muy niña una conexión especial con el Dios de puro amor.

La necesidad de sabiduría

y la curiosidad por las emociones humanas siendo aún una niña.

“Para institucionalizar un pueblo,

como dice Rousseau,

primero hay que

“cambiarle los hábitos”,

y los hábitos

se constituyen esencialmente en

el aprendizaje de las pasiones [emociones],

 que exige por lo menos que las leyes lo tengan en cuenta positivamente en la Paideia de los ciudadanos”.

Tomado de Castoriadis, Cornelius., [2002]. Figuras de lo pensable. Las encrucijadas del laberinto VI.

Fondo de Cultura económico ed. México. Pp.42.

Mi naturaleza mística me ha acompañado desde mi infancia. Por ello hoy, a mis (50) cincuenta  años, logro reconocer que en mi caso, los ocho (8) años de edad fueron una época crucial y fundamental, donde viví ciertas experiencias y tomé ciertas decisiones que definieron el rumbo de mi destino.

De ahí que considero importante aconsejar a los padres y madres acerca de la importancia vital, en prestar atención a los deseos que manifiesten los niñ@s, de los (3) tres  a los (10) diez  años de edad. Ya que de seguro, estos deseos y sueños son los que harán realidad en sus vidas al llegar a la adultez.

 

Esto será de este modo, así el deseo haya sido consciente o inconscientemente decretado por el/la niñ@. Bien sea en el silencio, o en la proclamación abierta, inocente y alegre de la voz de la infancia.

 

Después de haber llegado a Barrancabermeja a mis (2) dos años de edad, proveniente de Cali, la tierra que me vio nacer.

 

A mis ocho (8) años de edad me prosterné por primera vez, consciente de este acto de humildad, como un reconocimiento de la presencia de la fuente universal de pura luz y puro amor en mi vida.

Allí, sola y sin entender lo que me pasaba, mediante la proto-oración de una niña aún inocente del mundo, le pedí al cielo:

 “sabiduría como la que tuvo el rey Salomón” para saber cómo caminar por la vida, con aquellos dones que aún no comprendía y en ocasiones me abrumaban y asustaban.

Ese era y ha sido en verdad, mi gran anhelo durante este paso por el planeta tierra: Ser sabia como lo fue el Rey Salomón.

 

Sin saber claramente lo que significaba pedirle al firmamento tal don. Deseé ser sabia con tal fuerza y fe en mi mente, cuerpo y corazón; que de seguro, desde aquella silla de iglesia en pueblo pequeño, postrada en el piso, y sobre mis rodillas.

 

En esa ciudad, calurosa y pasional (como lo ha sido hasta hoy Barrancabermeja); mi plegaria fue escuchada hasta el décimo primer cielo y más allá. Lugar donde habitan los séfiras de ángeles, y la fuente universal del amor. De eso estoy plenamente convencida.

No le pedí dinero o posesiones materiales al cielo. Pero lo que sí pedí fue conocimiento y sabiduría.

 

Lo que no sabía, en aquel entonces, siendo todavía una niña, era que al pedir este don, la fórmula para adquirir este privilegio, era conocer a profundidad y en carne propia acerca del dolor, el sufrimiento, la humillación, la pobreza, la miseria y la ruina como caminos para adquirir la humildad y la sabiduría. Dones preciados y algo escasos en nuestros intempestivos y acelerados tiempos.

Aunque nunca perdí ningún año académico, mi desempeño escolar a lo largo de la primaria y la secundaria no fue el más prominente en términos de notas, premios o puntajes.

A pesar de ello terminé mi último año de secundaria sin mayores contratiempos, a mis catorce (14) años de edad.

Siempre me percaté que poseía habilidades más desarrolladas que los demás, y que mi aprendizaje era mucho más acelerado que el del resto de mis compañeras o amigos en común.

 

He tenido esta facilidad natural para aprender otros idiomas, para la pintura, la escritura, el canto, la danza, la música, la actuación, la oratoria y la diplomacia, entre algunos talentos que me acompañan.

 

Y ahora, en mi etapa adulta he descubierto y desarrollado mis destrezas para la investigación sociocultural, el derecho, las finanzas, la psicología, la astrología, la etnología, la arqueoastronomía, la antropología de las emociones, la creación y el desarrollo de espectáculos, el descubrimiento de artistas, la escritura de guiones, el diseño de negocios, la estrategia comercial, las ventas, la capitalización económica tanto de las comunidades como de los Estados.

 

Todo ello a través de la transformación y modificación del hilo kármico conectado al mundo de las emociones. De eso se trata mi investigación, los (14) catorce libros y toda la producción intelectual que compatiré con ustedes, durante los próximos (14) catorce años acerca de:

las claves de la prosperidad y el cómo acceder a ella en medio de los turbulentos momentos de adversidad que nos toque enfrentar diariamente en este, el gran cordón lumínico de amor y luz o tercer superuniverso en el que vivimos.

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